lunes, 12 de noviembre de 2012

Excursión a Píñar, Cueva de las Ventanas, Castillo de Piñar

Como de costumbre quedamos a las diez menos cuarto en los comedores universitarios en la mañana del domingo día 11 de Noviembre. Partimos a las diez y veinte y nos dirigimos al enclave de Píñar a unos treinta y cinco kilómetros de la capital. Llegamos con el día nublado y una temperatura de unos cinco grados centígrados. El itinerario del pueblo de Píñar puede considerarse un importante capítulo final de la Reconquista, siendo este pueblo de una importancia histórica notable. En la plaza del pueblo nos esperaba un trenecito que nos dejaría en la misma puerta de la cueva de las ventanas. Allí había lugareños vendiendo dulces típicos de temporada (roscos, pestiños y demás viandas típicas). Algunos compañeros desayunaron y tras el contacto con la guía nos adentramos en la maravillosa cueva.

La población paleolítica y neolítica sólo utilizaba la parte en que entra la luz de la cavidad, dado que en épocas tan arcaicas se inundaba por dentro haciendo imposible la estancia. Actualmente el recorrido es considerablemente largo y alberga incluso un auditorio para doscientas personas. Encontramos restos de materiales y herramientas paleolíticas y neolíticas, enterramientos humanos, restos de animales prehistóricos y un paisaje cárstico realmente espléndido. Es de resaltar cómo vivían los antiguos, pudiendo determinarse por los restos expuestos, que fueron encontrados en la cueva a lo largo de sucesivas prospecciones. La familia prehistórica fue creciendo y en la cueva se pudo determinar el asentamiento de toda una comunidad. Los puestos de poder los ostentaban los que ya en la edad de los metales habían aprendido el secreto del cobre, ya que se les abrían las puertas del comercio y la lucha con armas mortíferas en pro de su escalafón social. Había un guerrero enterrado con su ajuar funerario, una espada, una copa y diversos útiles que denotaban su importancia social en la tribu. También pudimos contemplar restos del esqueleto de un compañero paleolítico con un ajuar considerablemente más pobre, un ídolo y restos de abalorios. La guía nos confirmó que el ídolo nos sugería que eran antropocéntricos y que adoraban deidades antropomórficas, como ellos, cazadores o seres virtuosos en alguno de sus duros quehaceres paleolíticos.
El recorrido por la cueva se hizo ameno y si me apuran casi acogedor y cálido (quince grados centígrados en todas las estaciones) debido a las diferentes temperaturas entre el interior de la oquedad y el ambiente cuasi invernal de Píñar.

Salimos de allí con dirección al castillo del pueblo. Algunos nos hicimos una foto por seis euros para recordar más si cabe la inolvidable aventura. Llegamos al castillo sólo la mitad de los sapamistas de la excursión, porque el mal tiempo no acompañaba. Nuestro tesorero Gabriel fue el primer aventurero que se encaramó al cerro del baluarte musulmán, pero al haber hecho parte del tramo en coche no pudimos darle en recompensa el botijo que habíamos preparado para el sapamista más veloz en coronar la atalaya.
Renglón seguido fuimos a reponer fuerzas. Una exquisita parrillada acompañó la convivencia y el compartir de todos los asistentes, finalmente visitamos una almazara sita en el mismo complejo-restaurante y dimos fin a la jornada con la sensación de haber pasado todos un muy buen domingo. Cogimos los coches y de nuevo a Granada. No olvidaremos haber visitado los restos óseos de más edad de la península y habernos encaramado al baluarte defensivo de los nazaríes que se vio hollado por las vestes cristianas a las puertas de Granada. Os invitamos a próximas aventuras. Y seguiremos contando lo beneficioso de estos momentos de ocio entre iguales.

Un cordial saludo Antonio Luque Fernández.



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