Las sesiones en SAPAME son
siempre tiernas y esperanzadas. El ritmo de las mismas lo marcan, al fin y al
cabo, quienes conforman el grupo, y lo que observo es que la delicadeza es
máxima entre sus miembros. Y el respeto. Y el cuidado. Quienes nos acompañan
SAPAME son luchadores. Huyen de ocupar un papel entre las víctimas, porque no
se sienten así. Hay una comprensión clarividente del mundo. Hay la sensatez de
quien ha tenido miedo, pero que cada vez tiene menos, porque sabe que no está solo. Que hay
quien le escucha. Quien le percibe. Quien le abraza en un sentido amplio. Estar
en SAPAME es no estar solo.
En las sesiones de SAPAME se
habla de todo un poco. Las lecturas son nuestro hilo conductor, pero decidimos
qué giro darles. Un poema sobre el sentido
de la vida puede llevarnos a elogiar al huevo frito como la maravilla de
las maravillas. Y ha ocurrido que leyendo a Séneca, hemos hablado sobre amigos
de la infancia, sobre nuestros animales, o sobre la compañía que nos hace
encontrarnos con el mismo desconocido a diario, sin que la costumbre de verlo
nunca llegue a conseguir que se desprenda de su valor anónimo. Y hemos hablado
de lo que amamos y de quienes amamos, y de cómo amamos, a veces, a sabiendas, en el error; a veces muy a
pesar del dolor.
Nos hemos acercado a los
demás y les hemos comprendido leyendo “Soy un punto”. Hemos comprendido el
valor del apoyo con “El árbol generoso”. Hemos desvestido nuestro dolor con “El
abrigo de Pupa”, y hemos volado y volado muy alto. Hemos gozado de tantas cosas
juntos…
Hoy hemos podido compartir la
lectura de “El abrazo”, de David Grossman. Con este álbum ilustrado, nos hemos
planteado la soledad del ser humano, la más primigenia, la que procede de su
condición de ser único e irrepetible en el universo. Ben, un niño con profundo
sentido de la reflexión, se ha dado cuenta de que el hecho de que no exista
nadie igual a él mismo, le condena a la soledad más absoluta, pues nunca
hallará un alma gemela, un espejo en el que reconocerse por completo fuera de
sí. Su vértigo viaja a través de una conversación con su madre, que también
comprende esa soledad, y que, sin embargo, la vive con la naturalidad de la
sabiduría. Sin dolor. Sosegadamente.
Ella le enseña a estar solo. Y le enseña a comprender que en ese estar solo también se está acompañado.
De uno en uno, puede también el ser humano ser
en los demás. Fundirse en los demás, y formar parte de ellos. Como cada uno
es. Específico. Irrepetible. Y quizá, el diseño de nuestro propio físico
(nuestros brazos que abarcan tanto) ofrezca una respuesta sencilla, atávica,
natural: ser en los demás a través del abrazo.
Lo hemos considerado. Hemos
concedido entre todos que el valor de abrazarnos va más allá de la expresión
del cariño. El abrazo alivia. Y nos hemos concedido abrazarnos. Los que hemos
decidido formar esta sesión, nuestra individualidad, ha compartido en esencia
el abrazo sostenido que supone la conversación: el reconocimiento y la
comprensión, de todos y cada uno de nosotros en nuestra soledad esencial,
formando un grupo, formando un conjunto de vigas posadas las unas en las otras
para comprendernos y crecer. Y para no tener miedo.
En SAPAME buscamos estar
juntos. Concentramos nuestras fuerzas, para salir de nuestro centro en los
demás. La feliz grieta que nos permite ver la luz está en la palabra. La
palabra literaria como bálsamo, como vehículo que entra en nosotros, que sale,
que abona el alma y que, a su vez arranca sus demonios. Tiene tanto sentido
leer en SAPAME… Suenan en voz alta tantos pensamientos que así enarbolados
dejan de dar miedo… como la luz cuando al amanecer disipa los monstruos
nocturnos de la infancia. Eso son los talleres de lectura en voz alta. Eso
hacemos Edu y yo como miembros de Entrelibros: leer en
voz alta para encender la luz, la que abona la comprensión amable; la que
espanta el miedo y el dolor. La que alivia al concedernos ver (vernos) con otra
perspectiva. Esa luz es la que encienden los que integran nuestro grupo, amable
y delicado.
Así es. Eso hacemos (todos) en SAPAME.
Así nos abraza la palabra cuando en lo profundo se calman las voces temerosas
de un yo interior que, al menos un poco en esas tarde, se vuelve claro, se
serena.